sábado, 17 de mayo de 2008

Borromini, o cómo dar vida a los edificios



Una de las características que se suelen dan por universales cuando nos referimos al Barroco es el concepto de teatralidad y de integración de todas las artes. En efecto, se habla del movimiento, de la expresividad, del pathos griego. Posiblemente, al contemplar pinturas de Rubens, o esculturas de Bernini, esto sea fácilmente perceptible. Pero en el caso de una manifestación artística de carácter abstracto como es la arquitectura, esto ha sido a veces más discutido. Si pensamos, por ejemplo, en la arquitectura barroca española, buena parte de esa teatralidad tan buscada se debe a la decoración pictórica y escultórica, donde el retablo alcanza gran desarrollo. Entendemos que el Barroco es una manifestación artística anticlásica que, paradójicamente, parte del Clasicismo. En efecto, los primeros pasos hacia el Barroco se dan en la Italia de mediados del siglo XVI, cuando, en el caso de la arquitectura, comienzan a alterarse algunas de las normas que habían dado vida al Renacimiento.

El Barroco Italiano es quizás donde mejor se manifieste esa teatralidad, especialmente en el caso de la arquitectura. A principios del siglo XVII, nos encontramos en Roma dos arquitectos fundamentales: Por un lado, la figura de Bernini, que aunque destaque más en la escultura, será también el arquitecto oficial de los pontífices del seisecientos. En el otro extremo, nos encontramos a Francesco Borromini (1599-1667), que trabajó fundamentalmente para órdenes religiosas, con lo cual su proyección pública fue mucho menor. Quizás sea por esto que su arquitectura parezca más atrevida, más innovadora, menos oficialista. Borromini le dio a la piedra la capacidad de expresarse. Dio vida a sus edificios. Y ello lo hizo poniendo en práctica todo tipo de juegos visuales para crear exteriores e interiores en los que la luz natural tomara el papel de transformadora de los espacios. Tanto en planta como en alzado, la línea curva es la protagonista de sus edificios. Líneas cóncavas y convexas que provocan unos contrastes de luces y sombras que varían en función de la incidencia de la luz. Espacios confusos para que el espectador se deje lleva por los sentidos. Aquí el concepto de lo teatral llevado a la arquitectura. Su intervención en la Iglesia de San Carlos de las Cuatro Fuentes es de sobra conocida, como también lo es la Iglesia de San Ivo, también en Roma, que podéis ver en la imagen. Ante un patio, crea una inesperada fachada curva, tras la cual se sucede un edificio de planta centrada, consistente en dos triángulos equiláteros que, al entrecuzarse, forman la figura de un hexágono, cuyos lados aparecen, tanto en el interior como al exterior, convenientemente curvados, para crear esos juegos de luces y sombras, algo especialmente visible en su impresionante cúpula. El conjunto se remata con una originalísima linterna de estructura espiral.

En efecto, Borromini dio vida a los edificios. Aquí un curioso vídeo sobre esta obra maestra:





4 comentarios:

Alejandro Cañestro dijo...

Estimado Gonzalo:

Los tapices, como pongo en el blog, forman parte, igual que los bordados, el mosaico, las vidrieras, la orfebrería, los esmaltes, la rejería, etc., forman parte de las denominadas "artes industriales", hasta hace bien poco mal consideradas y peor valoradas.

Pero, ¿cómo negarle la categoría de obra artística a un tapiz? Desde su propio diseño intelectual, ejecutado por los pintores más sobresalienes (caso del insigne Goya), hasta la trama de los mismos tapices, llegando incluso a establecerse toda una legislación ratificada por el Rey.

Es innegable la categoría artística de estas piezas. Te invito a que visites mi blog y compruebes que las manifestaciones artísticas son tan dispares que hasta pueden llegar a sorprender. ¿O no sorprende que un cáliz sea una obra de arte?

Te felicito por tu magnífico texto sobre el barroco borrominesco, tan manifestado en San Carlo, obra cumbre del Barroco italiano.

Un afectuoso saludo

JUANAN URKIJO dijo...

Tremenda, esta lección de arte, Gonzalo. Se agradecer recuperar a Borromini y el barroco italiano. He visto algo suyo, cuando he viajado a la transalpina bota y reconozco su enorme fundamento.

Saludos.

Gonzalo González dijo...

Muchas gracias, Alejandro y Juanan, por vuestros comentarios sobre Borromini. Con artistas de su talla da gusto escribir, la verdad.

Saludos!

Anónimo dijo...

¡Hola, Gonzalo! A mí quizá la arquitectura sea el tipo de arte que menos me gusta, después del graffiti, que a veces consiste en cargársela, porque supongo que un edificio de estos, si se pudiera comprar, valdría mucho dinero, y en realidad no lo disfrutas, porque lo bonito está por fuera, y los que lo ven no pagan, así que eso no es justo y por eso la arquitectura no me gusta demasiado. Por no mencionar, claro está, la semana y media de clase que nos tiramos con tu magnánimo predecesor discutiendo si el Partenón era arquitectura o construcción, que se hacía el hombre la picha un lío, y unas veces decía que sí y otras que no. La verdad es que este hombre tiene mucho mérito, ya le podían hacer un libro de estos de misterio, un "código borromini"... Pero bueno, supongo que no tiene un apellido lo suficientemente serio como para eso, y los americanos habrán pensado que no vende.

Espero que todo te vaya muy bien

Un abrazo

Joaquín

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