miércoles, 28 de enero de 2009

Los otros alminares de Córdoba


Aunque al hablar del arte hispanomusulmán la referencia a la Mezquita de Córdoba nos parezca obligada, no está de más dedicarles unas líneas a obras contemporáneas mucho menos conocidas pero no carentes de interés.
Recordemos que, aunque la Mezquita Aljama de Córdoba comenzó a edificarse en el siglo VIII, siendo emir Abd-al-Rahmân I, fue objeto de diversas intervenciones y ampliaciones durante los dos siglos posteriores, siendo las obras llevadas a cabo durante el califato iniciado en el año 929 por Abd-al-Rahmân III las más importantes y de mayor calidad artística. Cabe recordar que esos son los mismos años que vieron nacer la ciudad palatina de Madinat-al-Zahra a tan sólo seis kilómetros de la capital califal. Cabe decir también que Córdoba era, por aquel entonces, una ciudad pujante a nivel cultural y artístico, y una de las urbes más importantes del Occidente europeo. No nos parecerá extraño por tanto el hecho de que, además de la mezquita principal situada en la medina o centro de la ciudad, hubiera otras mezquitas de barrio, más modestas pero igualmente funcionales, y distribuidas estratégicamente por el recoveco entramado de las calles de la ciudad.
La foto de más arriba nos muestra los restos de una de esas mezquitas de barrio de la Córdoba Omeya. Se trata del alminar situado junto a la Iglesia de San Juan de los Caballeros, muy cerca de la céntrica Plaza de las Tendillas. Aunque no dispongamos de documentación exhaustiva, la historiografía artística suele datar esta obra en la primera mitad del siglo X, justo cuando la ciudad vivía su período de esplendor. Si nos fijamos en las carcaterísticas del alminar, la atribución cronológica no parece desencaminada, a tenor del repertorio formal utilizado en los arcos, un trasunto evidente de los de la Mezquita Aljama, esto es, de herradura y con dovelas bícromas. El aparejo utilizado sigue la tendencia de soga y tizón tan propia de la época, y como es común en el arte califal, se aprovechan distintos materiales de acarreo de épocas anteriores, visigodos principalmente. Este pequeño alminar, que debió tener mayor altura, presenta en su interior una escalera de caracol dispuesta en torno a un machón central, cuestión esta que lo pone en contacto directo con el alminar de la también cordobesa Iglesia de Santiago, de cronología cercana, o con el del Convento de Santa Clara. Como vemos, algunos de estos alminares fueron reutilizados tras la Reconquista cristiana para servir de campanarios a las nuevas parroquias. Se trata de una constante muy habitual a lo largo de la Historia del Arte y que está cargada de simbología, en tanto en cuanto una religión intenta superponerse a la anterior utilizando para ello los mismos espacios religiosos preexistentes, aunque modificándolos.
Sirva esta entrada para valorar el patrimonio artístico más allá de las grandes obras. Sirva para preservar estos testimonios que, aunque modestos, constituyen elementos de incalculable valor para conocer nuestro pasado. Ojalá las autoridades sepan darse cuenta. Y que este pequeño alminar pueda conservarse en mejores condiciones.
P.D.- Si algún cordobés ve este blog, que comente si el alminar presenta actualmente el mismo aspecto que en la fotografía, pues hace casi dos años que no voy a Córdoba.

lunes, 26 de enero de 2009

San Marcos de Venecia



Una de las más universales estampas de la bellísima ciudad de Venecia es esta plaza que podéis ver en la imagen. Aparece presidida, cómo no, por la Iglesia de San Marcos, sin lugar a dudas el templo más conocido de la ciudad, aún a pesar de los notables ejemplos de arquitectura religiosa que esta ciudad atesora.

Aunque el edificio bizantino más conocido es Santa Sofía de Constantinopla, con toda su problemática de cúpulas y pechinas, habría que citar, en relación a las construcciones religiosas levantadas en el Imperio Bizantino, el conjunto de iglesias de planta de cruz griega con cúpula central y cuatro de tamaño más pequeño en cada uno de sus brazos. Esta tipología, de carácter centralizado y eminentemente centrípeto, tuvo en la Iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla su ejemplo más notable. Datable, como la anterior, a mediados del siglo VI, tuvo una gran influencia en Occidente. Así, a pesar de que la obra original no se conserve debido a que fue destruida por los turcos cuando tomaron la ciudad para convertirla en la Estambul del Imperio Turco, y sólo tengamos de ella referencias a través de miniaturas medievales, conservamos su recuerdo a través de obras posteriores que siguieron, con mayor o menor fidelidad, esa misma tipología. El ejemplo más destacable es, precisamente, la veneciana Iglesia de San Marcos de la que antes hablábamos. Aunque con el paso de los años haya tenido diversas intervenciones, la obra originaria data del primer tercio del siglo IX. No obstante, la mayor parte de reconstrucciones que se hicieron fueron llevadas a cabo por arquitectos bizantinos, como la realizada a mediados del siglo XI. Sea como fuere, esta sensacional obra cumple todos los preceptos del arte bizantino no sólo en lo relativo a la planta de cruz griega y al sistema de cúpulas que presenta, sino también en todo lo referente a la profusa decoración musivaria con la que se acompaña, verdadero emblema del interior de los edificios bizantinos. Baste recordar los casos de las iglesias de Rávena para recordar todo cuanto decimos.

Esta iglesia supone, por tanto, un hito oriental en tierras occidentales. Un ejemplar fastuoso de la rica y comercial Venecia. Una imagen imborrable en el imaginario del viajero. Y un complemento perfecto al Palacio Ducal que se construyó durante la Baja Edad Media al amparo del crecimiento del comercio y el florecimiento urbano.

domingo, 25 de enero de 2009

El nacimiento de una religión



Aunque a lo largo de la Historia del Arte, los distintos temas iconográficos hayan tenido un amplio desarrollo en el tiempo y en el espacio, hay que recordar que, como en todo, hubo un comienzo. Y esos primeros momentos, en lo que se refiere al arte cristiano no fueron especialmente sencillos. Situémonos en la Roma del Bajo Imperio, en el seno de una civilización en franca decadencia, pero que seguía basando sus creencias religiosas en un politeísmo heredado de los griegos. Los primeros cristianos se vieron obligados a realizar sus cultos de forma clandestina, ya que las autoridades políticas persiguieron con ahínco a estos primeros fieles. Habrá que esperar a que el emperador Teodosio decrete la libertad religiosa en el año 313 a través del Edicto de Milán, y a que en el 380 sea reconocida como religión oficial del Imperio.

Hasta entonces, los cristianos llevaron a cabo sus actividades en las famosas catacumbas, aprovechando los arenarios que servían para la extracción de piedra y arena destinada a la construcción de edificios. Aprovechando estas infraestucturas, los primeros cristianos siguieron excavando diversos túneles subterráneos en los que se dispusieron fosas de forma rectangular. Además, hay que citar la existencia de los cubículos, pequeñas cámaras de planta cuadrangular en las que supuestamente tenían lugar las celebraciones litúrgicas. Esa es la razón por la cual es en estos lugares precisamente en los que encontramos el más antiguo repertorio iconográfico del arte cristiano.

Una de las catacumbas más representativas es la de Calixto, en la que se encuentra esta representación, que podemos datar hacia el siglo III. Se trata de una temprana visión de la figura de Jesucristo, en este caso como Buen Pastor. Se trata de un tema, no obstante, que ya había sido utilizado en el arte griego, como muestra el Moscóforo, y que en este caso fue readaptado a una nueva realidad. En cierto modo, se trataba de simbolizar a un pastor de almas que guía a su rebaño, los cristianos, que se ejemplifican en el cordero que lleva sobre sus espaldas. Un tema sencillo, directo para el creyente, como lo fueron otros durante estos primeros siglos a la vista de las pinturas conservadas, hasta que posteriormente las temáticas se fueron diversificando y haciéndose más coomplejas.

jueves, 8 de enero de 2009

Las efigies de Antinoo


Uno de los mayores logros conseguidos en las artes plásticas romanas lo constituye, sin lugar a duda, el amplio desarrollo alcanzado por el retrato. Aunque inicialmente estos tuvieron un componente de marcado carácter funerario, para perpetuar la memoria de los antepasados, la evolución posterior experimentada por esta tipología va más allá, y alcanza su cénit durante los años del Imperio Romano, siendo la figura del emperador Octavio Augusto un punto de inflexión de todo cuanto decimos. Con él es cuando se generaliza la tradición de los retratos imperiales, que servirán para crear un modelo a seguir por todo el Imperio. De esta forma, se realizarán retratos de los emperadores en cualquier rincón de los dominios romanos para que de esa forma fueran fácilmente reconocibles. Esta circunstancia se inscribe claramente en la tendencia propagandísrica de los romanos, extensible también a los relieves históricos y conmemorativos. Las esculturas de los emperadores, ya fueran de busto o de cuerpo completo, jugaban además un papel importante en la instauración de modas y normas estéticas en todos los ciudadanos del Imperio. Una muestra más del interés de los emperadores por mantener la cohesión cultural a lo largo y ancho de todos sus dominios, como también lo es el latín y el desarrollo del derecho.
Además de los retratos de los emperadores, es justo que digamos que también se realizaron numerosas esculturas de personajes anónimos enriquecidos, así como de figuras destacadas de la historia de Roma, como es el caso que ahora nos trae aquí. Nos referimos al personaje de Antinoo, cuya vida se nos muestra en no pocas ocasiones a medio camino entre la historia y la leyenda. Nacido a principios del siglo II en Asia Menor, su vida está ligada de forma inevitable a la del emperador Adriano, que fue su protector. Como decimos, gran parte de su vida está envuelta en la leyenda y jalonada de anécdotas de difícil documentación que nos muestran a un adolescente acompañante del emperador a nivel incluso amoroso y sexual. Aunque no podamos descartar este hecho por completo, lo cierto y verdad es que la leyenda sobre el amor entre el joven y el emperador ha sido magnificada posteriormente, aumentando así la fascinación hacia un personaje lleno de misterio. A esto ayuda, no cabe duda, la forma con la que éste fue representado desde el mismo momento de su muerte, acaecida en el río Nilo para salvar la vida del emperador. Adriano agradeció el gesto divinizando e inmortalizando al joven, de forma que encontramos efigies de este personaje en numerosos puntos del arco mediterráneo. Siempre se nos muestra joven, melancólico y con la mirada perdida. Son especialmente característicos los rizos sobre la frente y una deliberada intención por mostrarnos a un joven de gran belleza, más allá de la vida y de la muerte. Se trata sin duda alguna de un capítulo hermoso e insólito en la Historia del Arte, a la vez que abundante, como decimos, en tanto en cuanto se conservan numerosos ejemplares.
Buena muestra de lo que decimos podéis verlo en esta web especializada en el tema, que nos ofrece un recorrido virtual sobre las efigies dedicadas al misterioso adolescente, a la vez que ofrece documentación y diversos enlaces sobre la materia.
Por último, también podéis acudir a interesaros algo sobre la biografía del personaje a través de este enlace
En la imagen, el espléndido busto de Antinoo conservado en el madrileño Museo del Prado.

martes, 6 de enero de 2009

De puente a puente

Es de sobra conocido el gran legado cultural que los romanos dejaron en la Península Ibérica. Basta con echar un vistazo a la cantidad de restos materiales conservados en cualquier rincón, por más remoto que nos pueda parecer. Existen numerosos pueblos españoles en los que se conservan testimonios de aquella civilización. En muchos casos, dichos testimonios son no sólo testigos mudos de la historia pasada, sino también símbolos que se muestran con orgullo al visitante y que, aún hoy, son un elemento vertebrador de sus habitantes, algo especialmente visible en el atractivo turístico que suelen tener, lo que les da sentido como pueblo. En cierto sentido, siguen siendo elementos vivos que incluso a veces siguen utilizándose, dos milenios más tarde, para las mismas funciones para las que fueron concebidos.
El hecho de que conservemos tantos monumentos romanos estratégicamente repartidos por nuestro territorio tiene una explicación muy sencilla que nos pone en contacto con el pragmatismo y el sentido práctico de la civilización romana. Y es que, al contrario que los griegos, cuyas máximas aspiraciones en sus conquistas tenían un sentido claramente comercial, los romanos van a adentrarse en los territorios a los que lleguen de una forma física y también cultural. Es lo que se ha dado en lllamar como "Romanización", proceso de aculturación que utilizó diversos vehículos con el fin de crear un imperio homogéneo y fuertemente cohesionado, de forma que los cimientos culturales fueran prácticamente inamovibles. Gracias al derecho, a una lengua común como es el latín, y a la creación de una serie de infraestucturas que aún hoy, como decimos, sigue sorprendiendo por su sabia conjugación de ciencia y estrategia, consiguieron, como decimos, mantener unida a gran parte de la población del arco mediterráneo, hasta tal punto que buena parte de lo que los europeos somos hoy se la debemos a aquellos años de dominación romana.
La creación de ciudades, la articulación de éstas mediante una serie de calzadas y vías de comunicación, iba aparejada, además, de la construcción de puentes, acueductos, arcos, teatros, anfiteatros, templos y demás edificios significativos de esta civilización, tanto dentro como fuera de las ciudades. Aún a pesar de la vocación claramente urbana, o quizás precisamente por ello, la construcción de puentes fue especialmente notable en un territorio como fue Hispania, dada la complicada orografía del terreno. Esta circunstancia es especialmente visible en el espectacular puente sobre el Río Tajo que podéis ver en la imagen. Datable a principios del siglo II de nuestra era, se encuentra en la localidad cacereña de Alcántara, y supone un alarde técnico verdaderamente sorprendente y paradigmático dentro de la arquitectura antigua española. Debemos tener en cuenta que supera los 70 metros de altura, así como el hecho de que salve un importante desnivel causado por el escarpado valle formado en torno al cauce del río, uno de los más importantes, a nivel geográfico e histórico, de nuestro país. Debemos asimismo observar la gran destreza con la que han sido diseñado los arcos, de gran envergadura, y las soluciones adoptadas en los gruesos pilares, fuertemente reforzados en su parte inferior para soportar las posibles crecidas del río derivadas de cualquier tipo de inclemencia metereológica.
Ejemplo sin parangón entre los puentes romanos españoles, no debemos olvidar sin embargo que existen numerosos ejemplos igualmente interesantes en la península, si bien es cierto que muchos de ellos han sufrido transformaciones a lo largo de su historia, únas más agresivas que otras. Suponen, en todo caso, una afirmación más para volver a decirlo... el Arte está vivo...

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