domingo, 28 de febrero de 2010

Un pintor en Tahití


Paul Gauguin (1848-1903) fue uno de los pintores más atrevidos de finales del siglo XIX, y ocupa un lugar destacado en la Historia del Arte no sólo por su producción artística, sino también por la influencia que ésta ejerció sobre movimientos artísticos posteriores. Él es uno de los llamados postimpresionistas. Un creador que, partiendo del Impresionismo, logró crear un estilo propio, un sello inconfundible, hasta conformar algo totalmente novedoso y alejado de todo lo que el resto de los artistas de su tiempo realizaban.

Gauguin era sin duda un personaje peculiar. Cansado de su trabajo en la banca y del ruido de la gran ciudad, huirá de París en diferentes ocasiones hasta que por fin se dedique en cuerpo y alma a la tarea de pintar. Fruto de esas escapadas tenemos los cuadros de temática simbolista y religiosa realizados en Bretaña, como El cristo amarillo y La visión después del sermón. Vinculado por siempre a Vincent van Gogh, en cuya casa de Arles pasó una temporada y de la que quedan muestras tan emocionantes como el Retrato de Van Gogh pintando girasoles, Gauguin se especializó en dotar a sus obras de un extraordinario colorido, donde los amarillos y los rojos brillan saturados, potentes. No le importó lo más mínimo ir alejándose de la reproducción mimética de la realidad, y así se explica que entre sus imágenes veamos árboles rojos, ríos verdes, caballos azules o cristos amarillos. Esta utilización arbitraria del color no pasó desapercibida después de su muerte, y fue retomada por diversos artistas, entre los que destacan especialmente los Fauvistas.

Su obra no hubiera sido la misma, sin embrago, si no se hubiera acercado con la sinceridad de un niño a culturas exóticas de los confines del mundo. Logró alejarse del mundanal ruido, que tan poco le gustaba, cuando fijó su residencia en Tahití (Polinesia). Se introdujo de lleno en la cultura de los pobladores indígenas de la isla, llegando a titular los cuadros en la lengua autóctona de los personajes retratados. Este conjunto de obras pintadas en Tahití resulta insólito y lleno de calidad. Nos muestra a un Gauguin completamente original, lleno de luz, de color, y en cada cuadro, en cada imagen, hay un símbolo que leer. Puesto que no se trataba únicamente de dejar constancia de lo que se veía. Había nacido el Arte Contemporáneo.

En la imagen: Arearea



domingo, 14 de febrero de 2010

Seurat es un puntazo



Conforme avanzó el Impresionismo, hubo algunos pintores que, partiendo de dicho estilo, crearon nuevas visiones, más personales, tanto a nivel técnico como temático. Cabe destacar especialmente los logros del Puntillismo, representado fundamentalemnte por Paul Signac y Georges Seurat (1859-1891). Nos econtramos ante la versión más científica del Impresionismo, en donde la captación de los efectos lumínicos sobre los colores alcanza unas cotas de sofisticación nunca antes vistas, y en la que tiene mucha culpa la teoría de los colores, que será aplicada por los pintores puntillistas de una manera rigurosa y matemática.

Como decimos, Signac y Seurat serán los más importantes representantes del Puntillismo (también llamado Divisionismo). Ambos compondrán sus cuadros a través de pequeños y casi imperceptibles puntos de colores puros, que son minuciosamente situados en el lienzo teniendo en cuenta las teorías de Chevreul, de forma que el espectador, al alejarse del cuadro, perciba cómo dichos puntos de color se funden en la retina para crear los efectos buscados. Sin duda alguna, el procedimiento era sumamente artesanal y requería de muchas horas de trabajo. Así se explica el escaso número de obras que conservamos de Seurat. A esto debemos añadir que se especializó en obras de gran formato, y que murió con tan sólo 32 años.

Actualmente, algunas obras de Seurat son muy conocidas por el gran público. A la cabeza situamos Tarde en la Grand Jatte y Baño en Asnières. Si nos fijamos en estas obras, veremos cómo la espontaneidad que transmiten las obras impresionistas da paso a unas escenas de figuras monumentales, casi estáticas, que parecen haber sido colocadas en un paisaje bañado por la luz del mediodía. Se trata sin duda de otra visión, también interesante, que experimentará cierta evolución, tal y como vemos en El circo, que podéis ver más arriba, y en la que parece apreciarse cierto movimiento, a pesar de que las posturas resulten forzadas y artificiosas. Es evidente que los objetivos de Seurat no eran los mismos que los de Monet, Degas o Renoir, y de ahí lo diferente de sus resultados. Pero eso no significa que estemos ante un pintor de menor categoría. Antes al contrario, destacamos de él su moderna concepción del color aplicada a la pintura, y lo valoramos por haber abanderado un movimiento tan interesante como fugaz.

Está claro que Seurat es todo un puntazo.

viernes, 12 de febrero de 2010

Berthe Morisot


Como bien sabemos, el número de nombres de mujeres artistas que conocemos es muy reducido si lo comparamos con el de hombres. Eso no significa que no las hubiera. A pesar de que en el Impresionismo siempre suenan con fuerza Monet, Degas, Sisley o Renoir, también hubo unas aportaciones femeninas sumamente interesantes, que dieron al estilo nuevos matices, no exentos de una sensibilidad y un enfoque ciertamente diferente al masculino.

Así, pintoras como Eva Gonzalès, Marie Bracquemond o Mary Cassatt brillan por méritos propios. Y entre ellas sobresale especialmente Berthe Morisot (1841-1895), privilegiada creadora que aplicó las novedades impresionistas no sólo a los paisajes al aire libre tan típicos del movimiento (en los que ella introduce, a veces, juegos infantiles), sino también a la representación de interiores, en los que despliega toda su exquisita sensibilidad, posicionándose como la más capacitada de entre todo este grupo en la captación de las escenas cotidianas, intrascendentes, que suceden en las habitaciones de una casa.

En sus pinturas de interiores domésticos, Morisot nos suele mostrar a personajes femeninos realizando diversas tareas. Es evidente que el enfoque de estas escenas es sustancialmente distinto a la visión ofrecida por autores como Degas o Renoir, más interesados en la captación del desnudo femenino. Nuestra autora, sin embargo, aboga por unas mujeres pensantes, reflexivas, tanto si están leyendo como si se están cambiando de ropa. La sensación que la visión de este tipo de cuadros produce en el espectador es de sosiego y tranquilidad, algo a lo que ayuda una habitual luz clara que suele inundar las estancias, provocada por alguna ventana abierta (que a veces no vemos, pero intuimos), lo que le sirve a la pintora para mostrar la captación del momento inmediato típicamente impresionista, a la vez que nos habla de su virtuosismo técnico a la hora de manejar la gama del blanco y otros colores pastel.

El resultado final es de gran encanto y pone a la pintora, como decimos, a igual altura que a sus contemporáneos.

En la imagen, El espejo, en el Museo Thyssen-Bornemisza

Si pulsas aquí podrás ver una galería con algunas de las obras más representativas de Morisot.

También puedes leer esta entrada en el blog Nuevos Papeles, dedicado a la coeducación.


miércoles, 10 de febrero de 2010

El almuerzo de los remeros



Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) es uno de los pintores que conformó el grupo de los Impresionistas. Como todos ellos, tuvo en los contrastes lumínicos una de sus características más acusadas. Ello lo podemos ver en obras tan conocidas como el Baile en el Moulin de la Galette, en donde apreciamos cómo la luz se filtra a través de los árboles para crear los deseados efectos de luz sobre los numerosos personajes que componen la escena, que nos habla de los divertimentos ociosos de la burguesía parisina del último tercio del siglo XIX. En su producción destaca la luminosidad con la que se acerca a la representación del cuerpo humano, especialmente el femenino, que será abordado con regularidad hasta el final de sus días.

A pesar de su inicial militancia en el Impresionismo, cuando las propuestas del estilo comiencen a agotarse y sus integrantes se dispersen, Renoir tomará un camino en el que, más que evolucionar en la depuración de las formas y los contornos de las figuras, optará por una vuelta al clasicismo, de forma que retomará el dibujo, que tan en segundo plano había quedado en algunas de sus obras. En este cambio ejerció una notable influencia un viaje a Italia, que le hizo descubrir la magia del Renacimiento. Este cambio de rumbo lo podemos ver en Los paraguas, fechado en 1885, pero incluso antes podemos apreciar esa paulatina vuelta a los presupuestos más clásicos. Un ejemplo puede ser El almuerzo de los remeros, una de sus obras más populares, en la que parecen fundirse Impresionismo y Clasicismo a partes iguales. Temáticamente, Renoir recurre aquí nuevamente a los momentos de relax de la sociedad de su tiempo, y nos muestra una escena cotidiana y llena de encanto que además supone un estudio psicológico de cada uno de los personajes retratados, que interactúan entre ellos en torno a una mesa repleta de manjares y bebidas.

Os dejo por aquí un fragmento de una hermosa película, "Amèlie", en donde podemos ver un curioso análisis de esta obra, a través de un anciano que lleva años reproduciéndola. Es consciente que cada vez que la pinta, las expresiones de los personajes varían, pero se siente incapaz de explicar qué es lo que siente la niña que, al fondo, eleva su vaso hacia la boca. ´Dicha secuencia la podéis ver nada más pulsar el "play"



martes, 9 de febrero de 2010

Folies-Bergère



Algunos estudiosos no consideran que Edouard Manet (1832-1883) sea un pintor impresionista, sino que más bien sirve de enlace entre el Realismo representado ejemplarmente por Gustave Courbet y el Impresionismo que tan bien nos muestra Claude Monet. Dado que a veces las eiquetas no hacen sino entorpecer el verdadero análisis de la obra artística e incluso limitan el conocimiento y el acercamiento que como espectadores tenemos que tener a ellas, nos centraremos en hablar de este pintor como un fiel exponente del arte de su tiempo, a nivel técnico, compositivo y temático.

Manet es un pintor excepcional. Pese a aparecer vinculado al Impresionismo, que como tal constituye la primera de las vanguardias artísticas que desde finales del siglo XIX azoten el hasta entonces acomodaticio panorama artístico europeo, nos encontramos ante un artista profundamente enamorado de la pintura de los garndes maestros del Renacimiento y especialmente del Barroco. Esto no es nada nuevo, y habría que recordar que los grandes pintores del arte contemporáneo se han acercado a los maestros para aprender de ellos, y desde ahí, evolucionar hacia nuevas ideas. En este caso, tendríamos que hacer mención a las viajes realizados a Holanda, Italia o España para conocer a los clásicos en sus museos. Fruto de estas visitas son obras como El niño con la espada, El torero muerto , Lola de Valencia o El pífano, en las que denota una acusada influencia del barroco español.

Tanto las obras antes citadas como otras tan famosas como Olimpia o El almuerzo sobre la hierba son anteriores al nacimiento oficial del Impresionismo en el año 1872. Pero ya va dando muestras de un creciente interés por intentar captar lo esencial y lo espontáneo, claves en la consolidación de dicho estilo. Así, cuando Manet, Renoir, Degas o Sisley salgan a pintar a los alrededores de la ciudad de París para captar la impresión causada por la incidencia de los fenómenos atmosféricos en la naturaleza, Manet hará tmabién lo propio, y así podemos verlo en sus visiones sobre Argenteuil.

Sin embargo, un recorrido por su producción nos hará recapacitar sobre cuáles son los temas más queridos por el pintor, y nos daremos cuenta que se mueve más cómodo cuando retrata la sociedad de su tiempo. Esto es algo de lo que tampoco escapan algunos de sus contemporáneos. De hecho, Degas o Renoir tienen obras de temática social. Manet ya había apuntado maneras en la década de los '60 al atraverse a retratar a prostitutas bien conocidas del París más bohemio. En cierto modo, adelanta uno de los temas que más cautivará al gran Toulousse-Lautrec. He querido ilustrar esta entrada con una de las últimas obras realizadas por Manet. El bar de Folies-Bergére es quizás una de sus mejores obras, por la emoción que transmite, por la exquisita composición y por el sugerente tratamiento cromático. Terminado en 1882, este lienzo es toda una radiografía social del ambiente nocturno de la bohemia parisina. Ante el espectador se sitúa una joven camarera apoyada sobre una mesa. El espejo que se dispone tras ella sirve para dar profundidad a la escena y para dar las claves ambientales del momento que pretende captarse, pero además facilita que nos adentremos en la situación. A pesar de que la escena está espléndidamente reflejada, y en ella podemos apreciar incluso hasta el humo del tabaco, lo verdaderamente interesante de esta sensacional pintura es el contraste existente entre la relajación de los clientes del bar y la expresión ensimismada de la protagonista, que dirige su mirada hacia el infinito mientras un cliente tocado con sombrero (esto lo vemos a través del espejo) parece pedirle una bebida. Lo que Manet intenta sugerirnos es que nos centremos en la camarera, que tratemos de comprender el porqué de su soledad, la razón de su melancolía. Es tan grande, tan inolvidable esta pintura, que con tan sólo un poco de imaginación trataremos de responder la razón de esas preguntas.

Para terminar, os propongo este bonito vídeo en que se aprecian interesantes primeros planos de algunos de los personajes de Manet:


lunes, 1 de febrero de 2010

Bonjour, Monsieur Courbet



Gustave Courbet (1819-1877) es uno de los pintores más completos y heterogéneos de su tiempo. Tocó prácticamente todas las temáticas, y con una calidad técnica que incluso resulta un tanto complejo establecer cuáles son sus mejores obras, porque en cada una de ellas podemos observar destellos de genialidad. Anticipa, en cierto modo, al Impresionismo, y sirve de puente entre el Realismo y dicho movimiento. Diríase que él sería el último realista, y Manet el primer impresionista. Entre uno y otro pintor no existen tantas diferencias como cabría pensar.

A pesar de que, como decimos, tenga en su haber pinturas de una notable calidad, voy a destacar este lienzo, en principio menor dentro de su producción, pero lleno de encanto, y, en cierto modo, revelador de una nueva forma de pintar que no tardaría en popularizarse. Si antes de detenernos en ella, nos paramos brevemente en El taller, observaremos al pintor autorretratado mientras ejecuta un paisaje en el interior de su estudio, en el que también apreciamos una mujer desnuda, que hacía las veces de modelo para sus creaciones. Aunque esta pintura, de gran formato, esté fechada en los mismos años que la obra que hoy queremos analizar, hay diferencias evidentes en la intencionalidad del artista, pues mientras que el El taller parece querer mostrarnos su oficio según una perspectiva tradicional, en este curioso cuadro, titulado Bonjour, Monsieur Courbet, nos ofrece una nueva visión, mucho más moderna, en la que el pintor, que también se autorretrata, ha salido al campo cargado con algunos utensilios necesarios para la tarea de pintar. Courbet nos está aquí adelantando una nueva forma de trabajar, más cercana a la naturaleza, que será desarrollada por los Impresionistas que vengan después de él. Tiene además el acierto de darle categoría de acontecimiento a una escena en principio instrascendente, espontánea si se quiere, en la que toda acción se reduce a un encuentro fortuito entre el artista y un coleccionista de arte en medio de una campiña, en la que además no falta un tratamiento de las luces y las sombras verdaderamente sorprendente.

Una pintura encantadora. Desde que la ví por vez primera en mis años de facultad, al verla, sonrío y digo en voz baja... Bonjour, Monsieur Courbet...


LinkWithin

Related Posts with Thumbnails