jueves, 5 de junio de 2008

Volando con Chagall



Marc Chagall (1887-1985) es uno de los pintores rusos más universales. No cabe duda que su figura fue una de las más originales del panorama artístico del París del período de entreguerras. Recordemos que por aquel entonces, la capital francesa lo era al mismo tiempo de la vanguardia artística a nivel internacional. A París llegaban todos los artistas. En París todo se movía. Y es por ello que allí se forjaron la mayor parte de las denominadas vanguardias históricas, como Fauvismo, Cubismo o Surrealismo.


Pero además, allí llegaron artistas que sin estar adscritos a ningún movimiento artístico concreto, desarrollaron su labor con bastante solvencia. En este contexto se desarrolló la llamada Escuela de París, en la que encontramos artistas tan significativos como Modigliani, Soutine o el autor de la pintura que podéis ver en la imagen, el anteriormente citado Marc Chagall. Algunos historiadores del arte lo han puesto en la órbita del expresionismo. Sin embargo, poco tiene que ver su pintura con el mundo pesimista que dejan translucir las obras de los expresionistas contemporáneos del período de entreguerras. El universo de Chagall, por contra, es tremendamente colorista, en el sentido en que apreciamos en su obra un sentimiento de vitalidad bastante evidente. Los personajes de Chagall son humildes muchas veces. Violinistas y payasos se sitúan en contextos tanto rurales como urbanos, pero siempre dentro de una temática en la que la imaginación alcanza un papel protagonista. Así, no es raro ver cómo hombres y mujeres sobrevuelan la ciudad en un ambiente onírico y casi infantil, que da como resultado final una pintura fuertemente evocadora, muy narrativa, que nos lleva a un mundo de imaginación y fantasía.

La obra que proponemos hoy se titula "El cumpleaños". Asistimos a una escena cotidiana, casi íntima, que se desarrolla en el interior de un hogar. A la izquierda puede verse una ventana desde la que se aprecian algunos detalles de la calle. Con una perspectiva deliberadamente insólita y un uso de un color muy saturado, Chagall compone una escena entrañable en la que parece mostrarnos el amor de una pareja durante la celebración de un aniversario, tal y como podemos ver en el ramo de flores que recibe la mujer y el bizcocho situado sobre la mesa. Una obra muy colorista y cromática, típica del mejor Chagall, en la que volvemos a ver cómo los personajes se elevan y parecen querer echar a volar.

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