lunes, 11 de enero de 2010

La niña huérfana en el cementerio



La obra más conocida de Eugéne Delacroix (1798-1863) es sin género de dudas La libertad guiando al pueblo, un lienzo que resume buen parte de la situación política de la Europa del siglo XIX, con las revoluciones burguesas en primer plano. Es, al mismo tiempo, el más clarificador ejemplo de que el sentimiento se había impuesto a la razón, y que el Neoclasicismo daba paso al Romanticismo, un movimiento cultural más volcado en las sensaciones y pasiones del ser humano. Es también una obra con un fuerte carácter simbólico. El emblema de una época.

Pero Delacroix es más que esa famosa pintura. Y hemos de decir que entre sus obras encontramos un interesante conjunto de pinturas que nos hablan de su estancia en Argelia y del conocimiento que tuvo allí no sólo de las costumbres de sus habitantes, por entonces muy distintas a las de los burgueses europeos, sino también de la luz que el norte de África le proporcionaba, mucho más brillante y cegadora a la de su Francia natal. Fruto de ese viaje serán obras tan significativas como La matanza de Quíos, Mujeres de Argel o Los posesos de Tánger.

Al reparar en estas obras, nos llama la atención no sólo la temática que estas abordan, mucho menos sosegadas que las que había explorado el Neoclasicismo; tenemos también que fijarnos en los recursos técnicos, en ocasiones diametralmente opuestos a los utilizados por pintores anteriores como David o Ingres. Y es que mientras los pintores neoclásicos utilizaban un dibujo preciso y unas composiciones equilibradas, la respuesta de los románticos será una fuerte apuesta por composiciones mucho más abigarradas, acompañadas, como vemos, por un dibujo mucho más suelto que otorga al tratamiento del color un papel protagonista.

A veces, toda la técnica de un pintor de primera categoría como es Delacroix asombra al espectador, y es por ello que algunas de las pinturas antes mencionadas sean tan famosas. Ello no debe alejarnos de otras que, aunque menos conocidas, nos muestran la misma calidad. Por ello quisiera hablaros brevemente sobre La niña huérfana en el cementerio, que nos ha servido para ilustrar esta entrada. De formato menor que la mayor parte de las obras de su autor, data de 1824. Técnicamente presenta una solución cromática muy interesante que parece dejar el color en un segundo plano, tal como dijimos antes. La composición es muy atractiva y moderna, pues nos deja al personaje en el centro del cuadro en una actitud en movimiento, de tal forma que parece querer mostrarnos el extracto de un acontecimiento cuya interpretación concede al espectador. El recurso expresivo de mostrarnos al personaje de una forma fugaz y casi casual se acerca, por su inmediatez y su espontaneidad, a la fotografía, antes incluso que esta disciplina comenzara a desarrollarse. La expresión de la niña, anónima protagonista de la pintura, ayuda a esa sensación, dejando un poso de misterio a su alrededor. El resultado final es muy sugerente, y nos brinda, en definitiva, una pequeña obra maestra.


2 comentarios:

clariana dijo...

Mira... me encanta este cuadro de Délacroix, tiene una expresión que no puede decir más.
Délacroix es uno de mis pintores favoritos, puse esta imágen en mi blog hace bastante tiempo, pero sin todo el comentario tan interesante que has puesto tú. Mañana vendré a leerlo con más detenimiento, pues hoy ya tengo que acabar e irme a casa. Siempre hay alguna sorpresa en tu blog, gracias. Saludos.

Gonzalo González dijo...

Gracias por tus palabras, Clariana.

Delacroix es un pintor excepcional pero es que en esta obra directamente se sale del mapa

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