sábado, 12 de diciembre de 2009

Zurbarán y la Inmaculada



1 Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. 2 Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento. 3 También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; 4 y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. 5 Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. 6 Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días. (Apocalipsis, 12, 1-6)

Esta semana, concretamente el día 8, se celebraba el día de la Inmaculada Concepción. Es muy sintomático que una festividad de tan acusado carácter religioso sea fiesta nacional de un país. Y es que no olvidemos el compromiso que ha establecido España con el Catolicismo durante toda su historia, de tal forma que hoy quedan vestigios tan claros como es éste. En el tema concreto que nos ocupa, cabe recordar que el dogma de la Inmaculada Concepción de María fue definido por el Vaticano en una bula papal del 8 de diciembre de 1854, pero ya venía defendiéndose en nuestro país desde siglos anteriores, a través de una prolija iconografía, santo y seña del arte contrarreformista, que alcanza durante el Barroco su mayor desarrollo. Así, nos encontramos ante un tema iconográfico que comienza a configurarse en el siglo XVI, pero es en el XVII cuando verdaderamente queda afianzado, y para ello, la referencia al Apocalipsis con la que hemos comenzado es crucial, si bien se incorporarán otros elementos que enriquecerán el tema.

Como decimos, el Barroco español es especialmente prolífico a la hora de dejar muestras de este tema iconográfico. Si además tenemos en cuenta la situación de Sevilla en el siglo XVII, con una ciudad en franca decadencia económica pero con un panorama artístico en completa ebullición, no tardaremos en comprender el gran arraigo que tendrá esta devoción, en una ciudad con fuertes convicciones religiosas, y más específicamente marianas. Es por ello que muchos de sus artistas, sobre todo pintores, representarán este tema con notable calidad técnica. El caso universalmente más conocido es el de Murillo, por la profundidad psicológica que supo dar a sus imágenes marianas, plenas de vida interior, y mostrando una radiante juventud que marcará un antes y un después en esta representación. Sin embargo, hubo muchos otros pintores que supieron acercarse a este tema, en fechas anterioresy posteriores a las del citado pintor, dentro y fuera de la ciudad hispalense. Son los casos de Zurbarán, Velázquez, Ribera, Cano, Valdés Leal o El Greco.

Hoy vamos a centrarnos en el caso de Francisco de Zurbarán (1598-1664), un pintor extremeño que desarrolló su labor entre su tierra natal y el centro artístico de Sevilla, pricipalmente. Aunque no gozó del prestigio que Velázquez, y a nivel técnico se encuentre un escalafón por debajo de él, realizó numerosas series pictóricas para ordenes religiosas. Pintor muy conocido por sus representaciones de monjes dominicos, franciscanos o cartujos, destaca muy especialmente en su producción de carácter religioso, como no podía ser menos en la España del siglo XVII. Dio forma a la sencillez y austeridad de los conventos, y desde entonces hasta hoy ha sido mil veces elogiada su capacidad para captar las texturas, especialmente visibles en sus bodegones, donde alcanza un sentido de lo místico verdaderamente magistral. Merece una atención especial el apartado que dedica a capítulos de la infancia de Jesús, como El niño de la espina, El Niño Jesús se hiere con la corona de espinas en la casa de Nazareth, que funcionan como premoniciones sobre la Pasión, así como de María, algo que podemos ver en La Virgen niña dormida o en la fantástica Inmaculada Concepción Niña que abre esta entrada, y con la que volvemos al principio de nuestro discurso. Al mundo de las Inmaculadas. Y en esta obra, Zurbarán logra dotar a una iconografía ya por entonces muy querida en el arte católico de un sentimiento de ternura, de acercamiento al fiel, que consigue también en las obras anteriormente mencionadas, y que Murillo sabrá explotar años después estableciendo una simbiosis con el público casi total.


3 comentarios:

clariana dijo...

¡Hola Gonzalo!
Magistral el post que expones hoy, referido al tema de La Inmaculada.
Me ha gustado este comienzo del Apocalipsis y toda esta serie de imágenes de cuadros de La Inmaculada de diversos pintores, así como los del Niño clavándose espinas y la Virgen Niña.
Debió de ser una época maravillosa para el Arte, la del Barroco. Gracias y un saludo afectuoso.

Gonzalo González dijo...

Muchas gracias por dejar tu comentario, Clariana

Ana Gonzalez dijo...

Me encanta el barroco español, tan sobrio en sus colores. Esta obra de la virgen niña es una preciosidad, ya la conocia, pero me ha gustado recordarla, gracias por compartirla.

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