viernes, 23 de octubre de 2009

Rascacielos en la Gran Vía: El Edificio Capitol



Es probable que si le planteáramos a cualquier persona de la calle que nos dijera los nombres de las grandes obras de la arquitectura española, la mayor parte nos remitiría a las catedrales medievales, a los grandes logros del Barroco o, si me apuran, a las obras de Gaudí. Podría decirse que el arquitecto sería un privilegiado en lo que al reconocimiento popular se tiene acerca de los arquitectos españoles del siglo XX. Y podría decirse también que su nombre es ya sinónimo de clásico. Una marca inseparable de la Sagrada Familia o el Parque Güell.

No cabe duda que Gaudí fue un arquitecto muy destacado en la historia del arte no sólo español sino universal, y que su labor fue un hito importante en el tránsito que va del siglo XIX al XX. Pero recordemos que el Modernismo no deja de ser una evolución un tanto fantasiosa de los historicismos que se estaban desarrollando en el último tercio del siglo XIX, y que, contra lo que pueda parecer, las aportaciones meramente arquitectónicas no fueron tan relevantes como las decorativas.

El verdadero nacimiento de la arquitectura moderna española, que encontró en Le Corbusier un motivo de referencia, vino dado del nacimiento del GATEPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progeso de la Arquitectura Contemporánea) y de sus planteamientos prácticos y teóricos a través de la publicación A. C. (Documentos de Actividad Contemporánea). Gracias a estos arquitectos interesados en unos planteamientos más funcionales, se dio por cerrada una página de la arquitectura, que si bien interesante y prolífica, hacía ya tiempo que había quedado agotada en la repetición e interpretación de unos modelos que partían del Renacimiento y el Barroco.

Estamos hablando del primer tercio del siglo XX. Precisamente durante los años de la Segunda República se levantó en Madrid unos de los edificios que mejor ejemplifican esos cambios hacia presupuestos más pragmáticos. Estamos hablando del Edificio Capitol, construido entre 1931 y 1933 en el último tramo de la Gran Vía, una de las arterias principales de la capital, y en la que se venían edificando obras de gran envergadura, como el Edificio Metrópolis (1911), el Palacio de la Prensa (1926) o el Edificio Telefónica (1926-1929). Tras el edificio que hoy nos trae aquí, proyectado por Vicente Eded y Luis Martínez Feduchi, le seguirían otros, ya en época franquista, como son el Edificio España (1953) o la Torre de Madrid (1954-1960), situados en este caso en la cercana Plaza de España, y en donde se observa una regresión en los conceptos arquitectónicos, mucho más conservadores, en consonancia con la estética y la ideología del Régimen.

Actualmente, estos rascacielos madrileños han sido superados en altura por otras nuevas construcciones, levantadas especialmente en la zona norte de la ciudad. Pero todos ellos siguen teniendo un significado especial no sólo para los madrileños. En todo caso, queremos resaltar aquí todo lo que supuso en cuanto a la renovación arquitectónica del momento este singular edificio, que aprovecha el chaflán entre dos calles para adoptar una planta casi triangular, y que se sirve de la altura para así contrarrestar una superficie hasta cierto punto limitada. Es, por derecho propio, una de las imágenes más reconocibles de Madrid, y así ha quedado patente en las muchas películas en las que éste ha parecido, entre las que cabe resaltar, por el protagonismo que adquiere en las últimas secuencias, la de El día de la bestia, de Álex de la Iglesia.

2 comentarios:

Emilienko dijo...

Esa secuencia de El día de la Bestia me resulta una deliciosa versión española del final de Con la muerte en los talones.

Agradecemos tus actualizaciones sobre arte más actual.

Gonzalo González dijo...

Gracias, qué de tiempo. Actualizaremos más cositas de arte contemporáneo a partir de ahora.

Saludos!

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