El belga René Magritte (1898-1967) es uno de los pintores más singulares del arte del siglo XX. Constituye, junto con Dalí, Tanguy, Miró, Ernst, Delvaux, Domínguez y algunos más, el importante grupo de artistas surrealistas que llevaron a cabo su labor desde que André Breton publicara su Manifiesto Surrealista en 1924.
El Surrealismo, que encuentra en el filósofo Sigmund Freud uno de sus más claros referentes, apuesta por la representación artística del mundo del inconsciente. Es por ello que aboga por un arte despojado de prejuicios y de condicionamientos de tipo social o cultural. Por eso mismo, se defiende el automatismo, mediante el cual el artista se despoja de toda influencia y da rienda suelta a su imaginación. Es por ello que encontramos, entre los temas de los pintores surrealistas, temas fantásticos e imaginarios, directamente extraídos del mundo de los sueños. Del subsconsciente, en definitiva. Si desde el punto de vista temático el Surrealismo parece tener claros sus planteamientos, no ocurre lo mismo con la técnica, de tal forma que cada artista tendrá sus propios métodos para representar sus inquietudes. En cualquier caso, parece que la tendencia generalizada fue la de pintar con una depurada técnica y con un tratamiento clásico de la composición, en la que cobra especial importancia el dibujo. En efecto, si estos extraños paisajes y personajes son representados de la forma más realista posible, el efecto de desconcierto será mayor en el espectador.
En el caso de Magritte, podemos ver una apuesta clara y decidida por un cuidadoso dibujo con el que compone escenas en las que el juego a la equivocación es una de sus notas más características. La mezcla entre apariencia y verdad, entre sueño y realidad, es puesta sobre la mesa de forma deliberada en obras tan conocidas como El imperio de las luces, El modelo rojo, La tentativa imposible o Golconda, llegando a su punto más álgido en Esto no es una pipa. De entre todas sus obras, merece especial atención la que encabeza este texto, con un título tan sugestivo como La llave de los campos. Magritte vuelve a mostrarnos aquí su ironía y su fino sentido del humor. Haciendo gala de la más depurada técnica, compone una escena misteriosa y llena de poesía, consiquiendo que el espectador recapacite sobre la realidad de las cosas. Así, el cristal, una vez roto, parecía que era un espejo invertido de lo que, más allá de la ventana, se nos muestra. Un campo abierto a la imaginación.
5 comentarios:
Magritte es senzillamente genial.
besos. Guiomar.
Tube la suerte de poder contemplar esta fantástica obra de Magritte y la verdad es que es alucinante.
Sus obras son sorprendentes!!
Saludos
Jarl, curioso cuadro me ha parecido captar esa ironía de la que hablas. Aunque lo siento, para mi el maestro de la ironía fina fina siempre será el gran maestro Kubrick un artistazo.Un saludo maestro!
Me encanta leerte, Gonzalo. Cuando no me enseñas algo nuevo, me refrescas y me haces recordar.
Mi preferido de Magritte siempre ha sido El imperio de las luces. En El Alféizar colgué hace un tiempo Gioconda...
Tienes una página estupenda.
Un abrazo.
Gracias por dejar tu comentario, Guiomar
Me alegro de que hayas visto a Magritte "en directo", Sarita. Y gracias por pasarte por aquí!
Neo_Von, respecto a la ironía, en efecto, Magritte no ha sido el único y afortunadamente hay ejemplos notables como bien apuntas.
Y Dédalus, gracias por tus palabras, me gusta saber que disfrutas leyendo este espacio. Ya sabes lo que pienso yo de tu blog, un abrazo!
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