Si La libertad guiando al pueblo es la obra más popular de Delacroix, La balsa de la medusa lo es de Théodore Géricault (1791-1824), otro de los grandes pintores románticos franceses, cuya carrera, como vemos, se vio interrumpida relativamente pronto debido a su prematura muerte. Nos encontramos ante un típico artista romántico: atormentado, apasionado y tremendamente expresivo en sus creaciones. En efecto, al observar La balsa de la medusa podemos apreciar el gusto del artista por recalcar los aspectos más expresivos de los personajes, tanto a través de sus rostros como a través de sus cuerpos. En este sentido, tenemos que recordar que el extraordinario tratamiento anatómico que concede a los personajes de esta famosísima pintura tienen mucho que ver con un viaje realizado a Italia, donde quedó fascinado por la obra de Miguel Ángel, de tal forma que dichos personajes son tratados volumétricamente como si de esculturas se tratara.
Volumen y color parecen ser entonces dos de las preocupaciones básicas de este pintor. A ello se une un dibujo difuminado, que también veíamos en Delacroix, y un notable interés por la captación de los estados de ánimos de los personajes, a los que concede una fuerza expresiva de tal magnitud que los eleva a categoría de heróes, algo que por otra parte entronca de lleno con la tradición romántica.
En este sentido, vale la pena subrayar el conjunto de retratos que realizó entre 1821 y 1824, en los años finales de su corta vida, y en los que trató de hacer una certera radiografía de las distintas expresiones de la locura. Este interés por acercarse a personajes anónimos y marginales nos recuerda a la serie que Velázquez le dedicó a los bufones y enanos de la Corte, así como a las Pinturas Negras de Goya, contemporáneas a estos retratos de locos, tan interesantes como apasionantes. La inspiración para realizar estas obras no fue casual, y para ello tomó como modelos a una serie de personas que se encontraban ingresadas en un asilo psiquíátrico. Contemplando estos retratos, podemos comprender que la intención de Delacroix no tenía una única motivación. Así, si por un lado quería hacer una galería de expresiones relacionadas con la locura, por otro quería elevar a estos personajes por encima de sus anónimas vidas, darles notoriedad, y dignificarlos como seres humanos. El acercamiento psicológico a ellos es apabullante, y la sinceridad que sus miradas esquivas nos transmiten resulta del todo emocionante, casi doscientos años después. Géricault los inmorttalizó de tal forma que hoy día aún parece que respiraran.
En la imagen de más arriba podéis ver reflejada la monomanía del rapto de niños (aunque según los lugares y libros también aparece como el juego). Pero también podemos destacar la de la envidia, el juego, la cleptomanía o la manía de la orden militar. Todos ellos constituyen por sí solos espléndidos tratamientos, pero en su conjunto dan forma a una serie sumamente interesante y no lo suficientemente conocida.
Os sugiero una visita al fantástico blog Enseñ-Arte, en el que se encuentra una interesante entrada dedicada a estos retratos.
3 comentarios:
Me parece muy interesante Géricault y esos retratos que dedica a "la locura." Es una de las enfermedades en que la persona humana sufre más creo, por diversos motivos. El pintor lo refleja muy bien en sus rostros. Gracias por el post y saludos.
Qué buen profesor eres¡¡¡ da gusto descubir el arte contigo.
Gracias Clariana, estoy de acuerdo contigo.
Luz, tú si que eres buena, jeje
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