Al hacer un recorrido por la escultura griega, encontramos que, junto al gran repertorio de dioses mitológicos, son abundantes las representaciones de atletas en momentos muy concretos de su actividad. Esto es especialmente acusado en el siglo V a. C., etapa clásica del estilo, y en el que brillaron con luz propia escultores como Fidias, Policleto y Mirón, autor de esta famosísima obra, conocida como el Discóbolo.
Como decimos, esta obra no supone un caso aislado en lo que a esculturas de atletas se refiere. Entre la producción del gran Policleto, encontramos al Doríforo o al Diadumeno, buenos ejemplos del interés por la anantomía del cuerpo humano, especialmente del masculino, como medio para representar al hombre como centro del Universo. Este interés anatómico se relaciona además con el concepto del canon, fundamental en la plástica griega, y que durante este siglo quedó fijado en la repetición de las siete cabezas, hasta que un siglo más tarde Lisipo estableciera el canon de las ocho cabezas. Por otro lado, en relación a estos atletas, el hecho de que fueran inmortalizados nos habla en cierta medida de la importancia que éstos tenían en la cultura clásica.
El Discóbolo de Mirón (480-440 a. C.) es uno de estos atletas. Cronológicamente, esta obra se inscribe en el citado siglo V a. C, pero en su primera mitad, razón esta, junto a algunos anacronismos, por la que no se suele inscribir dentro el grupo de los artistas clásicos del siglo, y por el contrario algunos autores llegan incluso a calificarla de preclásica. Hay que precisar, no obstante, que tal y como suele suceder en la estatuaria griega, no conocemos la obra originbal de bronce si no es a través de las fieles copias que los romanos nos legaron. Independientemente de estas etiquetas, que veces nos impiden ver las obras en su más amplia dimensión, fijémonos en los valores estéticos de esta obra universal, no suficientemete valorada en la historiografía tradicional a pesar de haber gozado desde siempre de gran popularidad. Fuera de todo esto, podremos observar la figura de un hombre atlético que realiza una torsión perfectamente estudiada justo en el momento previo a lanzar el disco. La posición de todas las extremidades ha sido minuciosamente estudiada por su escultor, hasta el punto de crear una composición espiral de insólita e inmortal belleza.
Estamos por tanto ante una obra capital del arte griego. Una bella escultura en el más amplio sentido del término, que consigue unir al mismo tiempo la belleza exterior puramente física con la interior, a través de un atleta concentrado en lo intelectual. Todo ello con gran delicadeza y sensibilidad.
... otra pequeña gran obra...