El Impresionismo, ya se sabe, gusta a casi todo el mundo. Digamos que es uno de los movimientos artísticos que suele conocer el gran público. Pintores como Monet, Renoir o Degas suelen ser conocidos por la mayoría, y sus obras más famosas han sido reproducidas hasta la saciedad, estando presentes en no pocos despachos, salas de espera o pasillos de instituciones públicas o privadas. Desde este punto de vista, podríamos hablar de la popularización del Impresionismo, de su reproducción masiva en nuestra sociedad.
Recordemos que la palabra Impresionismo nació con la fantástica obra de Claude Monet Impresión, sol naciente, pintada en 1873. En estos años, un grupo de pintores franceses, desligados del oficialismo de los salones de exposiciones tradicionales, comenzaron a exponer de forma independiente unas pinturas que rompían con muchos de los cánones estéticos que habían estado vigentes hasta esa época. Si bien el mundo de la realidad ya había sido explorado por los pintores realistas desde hacía una década o dos, los impresionistas llegarán más lejos, y entre otras cosas sabrán reflejar la vida frenética de una ciudad rebosante de creatividad como era París en ese último tercio del siglo XIX. Pero además, los pintores impresionistas decidieron salir a pintar al campo. Y esto que hoy quizás nos parezca algo poco relevante, fue, en su momento, bastante novedoso. Hasta entonces, el pintor había trabajado exclusivamente en su taller, de forma que las representaciones de la naturaleza se basaban, en el mejor de los casos, en apuntes sueltos. Ahora, el pintor pudo ir a pintar in situ al lugar, gracias a la invención de la pintura en tubo, y a la generalización de lienzos más pequeños, fácilmente transportables. De esta forma, pudieron reflejar en sus obras un mayor acercamiento a la naturaleza, y ahí está una de las razones del extraordinario desarrrollo que tuvo el género paisajístico durante estos años. Además, el hecho de estar ante el motivo a representar, hizo posible la captación del momento preciso, de los contrastes lumínicos, de la impresión momentánea, lo que viene a ser una de las marcas de fábrica del Impresionismo. Todo ello, además, con una pincelada suelta, configurando composiciones estructuradas en función al color y no al dibujo, que pasó a un segundo plano, precisamente para posibilitar esa intención de inmediatez que estas obras requerían.
Si nos fijamos por ejemplo, en este hermoso lienzo de La mujer de la sombrilla, ejecutado por Claude Monet (1840-1926) en 1875, nos daremos cuenta, en primer momento, de la pincelada suelta, y de la intención por parte del artista de captar el momento en que una ligera brisa hace que la hierba del campo y el vestido de la figura femenina se muevan tímidamente, creando así una obra fresca y evocadora de un paseo matinal por el campo. Llama la atención el punto de vista del espectador, insólitamente bajo, lo cual debemos relacionar con la aparición en estos años de la fotografía, que dio pie a muchos pintores a realizar encuadres novedosos y hasta entonces poco frecuentes en las composiciones pictóricas.
Como vemos, los pintores se fueron al campo. Aunque Monet resume como ningún otro el espíritu del Impresionismo, y esta obra no es más que una de tantas realizadas bajo el sol de los campos franceses (veáse Las amapolas), lo cierto es que prácticamente todo el grupo de pintores impresionistas realizaron obras de similares características, aunque cada uno con sus propias peculiaridades, llegándose a dar el caso de que pintaran en grupo un mismo motivo.
Aquí os dejo un vídeo con algunas pinturas de Monet con el acompañamiento musical del contemporáneo y tocayo Claude Debussy, que ha sido considerado a veces como "músico impresionista". Un gozo para los sentidos.
5 comentarios:
Desde casi el principio de la actividad artística de los orfebres (hablando desde el siglo XIV), la legislación en cuanto a la calidad del material es abundante y siempre va ratificada por la firma del monarca de turno.
Todos los plateros se congregaban en Gremios, a manera de Cofradías, cuyo patrón era San Eloy, obispo de Noyon, a quien se atribuye el milagro de obrar para la corte del rey Clotario dos tronos en plata con el material para un sólo. El Gremio celebraba sus grandes fiestas en torno a San Eloy (1 de diciembre), sacando en procesión una imagen del Santo, casi siempre ejecutada por escultores de altísima calidad (por ejemplo, en Murcia, Salzillo realizó la imagen de San Eloy para la Cofradía de los Servitas y que actualmente puede verse en un brazo del crucero de la iglesia de San Bartolomé en la capital murciana). La procesión iba precedida por un rico estandarte bordado, seguido por la cabecera: los faroles y el mayordomo (éste puesto lo ostentaba el "presidente" del Gremio, que procesionaba bajo bastón de mando).
Me alegro que te haya gustado mi blog.
Gracias por pasarte y escribir. Un afectuoso saludo.
Es muy interesante cómo éste movimiento artístico se ha convertido en uno de los más famosos. Una mezcla interesantísima la de Monet con Debussy.
Curro
Estupenda excursión campestre por el impresionismo.
Gracias por vuestros comentarios, Alejandro, Curro y Antonio.
La verdad es que la entrada me ha quedado de lo más campestre!
Totalmente de acuerdo con Antonio, fantástica esta entrada. Cada día aprendemos algo nuevo con tu blog. Ya por fin puedo acceder a él.
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